viernes, 11 de octubre de 2013

PSICOLOGÍA: ¿PARA QUÉ?


Con este artículo pretendo elaborar una mínima carta de presentación de una disciplina que, pese a ser reconocida universalmente como ciencia empírica del comportamiento humano, todavía es tratada en determinados ambientes como una cuestión tabú, oscura o poco agradable, no por un intencionado afán de desprestigiar la disciplina, sino más bien por un profundo desconocimiento del objeto de estudio, por la ignorancia de las técnicas y de los métodos utilizados, o por la falta de percepción hacia la práctica de los profesionales de la psicología.


Muchos de ustedes se habrán preguntado alguna vez alguna cuestión entorno a la figura del psicólogo: quién es, qué funciones tiene, qué métodos de trabajo utiliza, o cuáles son los instrumentos y herramientas con los que obtiene unos determinados resultados. También se habrán preguntado por la psicología como disciplina propia, por la calidad de sus contenidos, por la eficacia de sus intervenciones, o por la validez de sus afirmaciones como ciencia empírica.

Hay que reconocer que antes de obtener el estatus como ciencia del comportamiento humano, la psicología ha recorrido un amplio bagaje no exento de dificultades. Desde que Wilhelm Wundt estableciera el primer laboratorio de psicofísica en Leipzig (Alemania), hasta llegar a los actuales modelos de la neurociencia cognitiva, la psicología ha pasado por los postulados psicoanalíticos de Freud, el riguroso conductismo de Watson y Skinner, o el cognitivismo dominante durante el último tercio del siglo XX. Han sido tantos los paradigmas y las corrientes de pensamiento que han influido sobre la disciplina, que una enumeración de los mismos superaría con creces el objetivo de este artículo. Tan solo basta decir que a lo largo de la historia los psicólogos han luchado por defender la cientificidad de la psicología para así hacer valer su cúmulo de conocimientos como un todo coherente y ordenado, a fin de poder presentar una serie de técnicas y procedimientos válidos para obtener resultados sistemáticos y replicables científicamente.

Es cierto que los contenidos de la psicología están presentes y se pueden aplicar en varios aspectos de nuestra vida: el ambiente familiar, el aprendizaje escolar, el rendimiento en el trabajo, la salud, la vida sexual, el deporte, la investigación… y un largo etcétera que permite a los psicólogos superar el clásico esquema de “terapeuta de diván”, hacia la imagen de un profesional de amplio espectro que aplica los conocimientos y las técnicas de la disciplina en varios ámbitos de actuación.

De igual modo, no debemos magnificar la aplicabilidad de la psicología. No todos los problemas ni todas las circunstancias son solucionables por un psicólogo, puesto que hay todo un elenco de disciplinas afines que deben ser partícipes a la hora de proporcionar un marco adecuado de actuación ante un determinado problema. Muchas ciencias naturales, sociales y humanas como la medicina, la sociología, la filosofía, la pedagogía o la antropología, entre otras, son necesarias para lograr un resultado eficaz en la intervención realizada por un psicólogo. Así pues, desde hace tiempo los distintos profesionales consideran el principio de interdisciplinariedad como un elemento necesario en la consecución de los objetivos planteados en una intervención.

Así, el psicólogo no es tanto un colega con el que hablar o alguien con quien desahogarse, sino más bien un profesional que, basándose en una orientación teórica, en unos conocimientos, y mediante unas técnicas específicas, intenta dar solución al problema planteado por un individuo o por una colectividad.

Adoptando este punto de vista, el usuario no sólo acude a un servicio de psicología ante un problema de salud, sino que puede solicitarlo para obtener respuestas eficaces ante una determinada circunstancia que le rodea, y ante la cual el psicólogo es, por encima de todo, un profesional que diseña, desarrolla y evalúa una determinada intervención con la que intenta dar respuesta a esa circunstancia.

A modo de conclusión, el bienestar psicológico debe ser visto como un elemento importante y presente en nuestra vida cotidiana, y el psicólogo como un agente que proporciona ese bienestar en función de las demandas de cada usuario y en función del ámbito concreto en el que se solicita la intervención. Tampoco debemos olvidar que, lejos de ser una panacea, junto a la psicología existen varias disciplinas afines sin las cuales la actuación del psicólogo quedaría claramente reducida. En suma: no es cierto que un psicólogo sirva para todo, pero tampoco es cierto que no sirva para nada.

Andrés Toledo.

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